Un análisis no se trata de armar una biografía en lo consciente (ya que el inconsciente es algo que se produce en el presente, es algo que está vivo, es algo actual)
El análisis no es una teoría del recuerdo, porque existe una repetición de la persona en el presente, una insistencia repetitiva, hay elementos “psíquicos” que se repiten aun en el hoy: las personas, repiten sin saberlo: en vez de recordar, actúan (esos recuerdos).
Todo lo reprimido es inconsciente pero no todo lo inconsciente es reprimido. Ya que el inconsciente no se resiste, sino que busca expresarse todo el tiempo, y por eso es que existen los lapsus, los actos fallidos, los chistes, los síntomas, los sueños (el inconsciente busca que se lo escuche, no se resiste a ello sino que insiste)
Una técnica es algo que se aprende y se aplica del mismo modo para todos. El psicoanálisis es, más bien, todo lo contrario, es una praxis, es una experiencia que vale uno por uno. Y es así como el lugar del psicoanalista es el refugio de lo imposible de decir. Porque la terapia no consiste en extirpar algo, sino en disolver la resistencia mediante la palabra.
La política del análisis es la política del deseo. Analizar es colmar de sentido lo que escuchamos. Sin embargo, el psicoanálisis es incómodo porque hay que hacer actual un conflicto del pasado. Y es por eso que el deseo del analista tiene que ver con una apuesta por el inconsciente, dándole entidad a lo que nos dicen las personas, saber escucharlas y prestarles atención -para que se pueda producir una subjetividad en análisis-.
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